lunes, 28 de julio de 2008

Aquella noche...

Aquella noche sentí que algo se había posado en mi ventana. No era una desorientada golondrina, ni uno de los más que abundantes murciélagos que deambulan en las cálidas noches. Era algo extraño, que me intimidaba enormemente y que yo tenia olvidado. Sentí pánico por instantes. Me levanté apresuradamente y aparté las cortinas de la ventana con gran energía. Lo que entonces ví no me podría haber dejado más asombrado: En el alféizar de la ventana no había nada...absolutamente nada. Empecé a inquietarme y me asomé por la misma. El silencio que habitualmente reinaba en la zona de la ciudad donde residía se había convertido en un silencio abrumador. No hay ruído más estrepitoso que el silencio en sí, y esa noche lo pude comprobar. Todo estaba demasiado en calma como para tratarse de un común anochecer.
Decidí regresar a mi cama e intentar tranquilizarme, pensando que quizás se debía a alguna paranoya mía debida al agotamiento de una dura jornada. Encendí la lámpara de la mesilla y alargué el brazo hasta alcanzar uno de los clásicos de la literatura española que tenía ya más que memorizado. Empecé la lectura hasta abstraerme totalmente en la misma. La obra trataba de una solemne historia de amor en la que un joven se enamora de una hermosa mujer y que tras multitud de obstáculos, la pasión acaba imponiéndose, zanjando la misma con un trágico final. Tras media hora ya había terminado el libro, pues la noche anterior ya había dejado la lectura muy avanzada. Me quedé cavilando como hacía de costumbre al acabar la obra, reflexionando sobre lo duro que puede llegar a ser la pérdida de la persona que amas, tanto como para llegar a ofrecer tu vida a cambio.
De repente noté otra vez aquella extraña presencia. Volví a inquietarme para repetir seguidamente la acción de abrir la ventana y examinar nuevamente a mi alrededor sin ningún éxito. El nerviosismo estaba empezando a enfermarme. Cerré la ventana y bajé las persianas. Regresé a mi cama, apagué la luz y me tapé con el nórdico hasta la cabeza. El terror se estaba apoderando de mí y empecé a sollozar.
No sé si habían pasado cinco minutos, treinta o tres horas cuando decidí salir de mi cobijo. Seguía angustiado, aunque en menor medida y extendí la mano hasta encender la luz. Todo seguía en su sitio: un montón de apuntes inútiles sobre el escritorio, cerca del ordenador el marco con las fotos de aquel verano en Málaga, el cenicero recuerdo de alguna amistad ya olvidada y los diferentes carteles que colgaban de la pared, entre ellos algunas postales de diferentes ciudades. No sé por qué pero sentí curiosidad por ellas. Aún intranquilo me acerqué sigilosamente y despegué una que siempre me había llamado la atención y que sin embargo no retrataba una exótica playa ni una espectacular fortificación del Medievo. Era simplemente una postal de Madrid. La volteé para descubrir su contenido: La fecha era del 18 de julio del 2004. En ella, alguien me relataba su viaje a la ciudad, describiendo todos los lugares por los que habría pasado de camino. Finalicé la lectura reparando en la anotación final: Te echo de menos, siempre estaré a tu lado. Busqué apresuradamente la rúbrica pero no la hayé. Aquello me intrigaba profundamente por lo que intenté recordar el autor de la misma, sin éxito. Entonces me di cuenta de que había olvidado completamente ''eso'' que había estado intimidándome toda la noche. Lo había olvidado por fin.
Volví a mi cama y me tumbé con sosiego. Me dispuse a dormir mientras el silencio volvía a su normalidad...Fue en ese momento cuando abrí los ojos y lo comprendí.
Aquella postal me había hecho recordar que para la persona que la había escrito yo era algo más que un amigo. Era alguien en quien había pensado estando de viaje y quien creía que seguiría haciéndolo durante mucho más tiempo.
Ya nunca sabré si esa persona sigue pensando en mí, si la memoria siquiera la permite acordarse de mi nombre o si continúa siendo un o una buena amiga, pero me hizo recordar que había mucha más gente a mi lado apoyándome que también pensaba en mí, haciéndome olvidar aquello que me había acechado toda la noche...La soledad.