martes, 19 de agosto de 2008

Kamikaze.


Con el tiempo, la noche se había convertido en mi mayor enemigo. La puesta del sol marcaba la hora exacta en que mi habitación se sumía en la penumbra, eclipsando todo foco de luz artificial y, a su vez, cualquier ínfima presencia de esperanza. Entonces aprendí a ocultar mis sentimientos, como quien protege su bien más preciado, y a mostrar solo aquello que considerase oportuno. Ya no se me antojaba alentador mi rincón de la ciudad, donde pasaba las horas meses atrás, escuchando el abatir de las olas y, poco a poco, fui aceptando la realidad que se me mostraba, por muy inicua que considerase.
Y llegó San Juan. Y con él, el solsticio de verano, aplazando así la llegada del anochecer. Los días regresarían lentamente a su cauce habitual, amparados por los contínuos planes vacacionales que exigían una evasión completa de cualquier tipo de cavilación. Todo esto implicaba nuevas amistades, nuevos lugares y nuevos sentimientos. El amor había pasado a un segundo plano en una coyuntura donde lo primordial era la serenidad interior, algo que se mostraba difícil o imposible cuando se trataban de simples compañías. En alguna ocasión creí haber encontrado la felicidad en la elástica sonrisa de algún atractivo hombre, pero el transcurso de los días bastó para determinar la insensatez de mis/nuestros pensamientos. Pero para mi asombro, ella llegaría unas cuantas semanas más tarde de la forma más inesperada...
A su vez, el grupo se encontraba en un delicado momento donde la distancia se había convertido en el mayor enemigo que hasta ahora nos habíamos cruzado, otorgándonos la oportunidad de conocer y apreciar a otras personas fuera de nuestro radio. El verano iba transcurriendo y encarándose hacia la recta final, cuando yo encontraría al fin la ilusión de nuevo, algo que ya sabía que se vería frustrado con la llegada del otoño. Inteligente, simpático y atractivo, así era mi arquetipo de chico hasta que descubrí que realmente existía y encontré en él mis deseos por entregar el cariño que tenía acumulado, recibiendo a cambio algunos de los mejores momentos que recordaba en mucho tiempo. Y así sucumbió la prudencia, encaminándome irremediablemente hacia un laberinto sin salida.
Entonces decidí aprovechar al máximo los segundos que me dispensase el reloj de arena puesto en marcha tiempo atrás, aún sabiendo que en ese mismo instante me estaba conviertiendo en un kamikaze...


miércoles, 6 de agosto de 2008

Nadie le dio importancia


Siempre dijeron que tras la tormenta llega la calma, que no hay nada malo que no se multiplique por bueno. Nunca les creyó, pues la vida demostró que del dicho al hecho hay un trecho y que no siempre, ni a menudo, se hacen reales tus sueños.
Y ahora se encontraba él, tendido en el jardín observando las estrellas como quien se rinde después de una dura batalla. No cesaba de preguntarse el por qué de su infortunio, en el motivo que le llevaba a hallarse completamente solo en medio de aquel boscaje y a la vez rodeado de un mar de adversidades.
Apenas tenía conciencia de lo que significaba el amor cuando se vio sorprendido por él y rendido a sus pies. Recordaba aquellas tardes por la ciudad sin rumbo fijo, sin más preocupación que fijar la mirada en sus ojos, los mismos que penetraban hasta el fondo de su alma y le hacía creer que realmente sí que existía algo más que la vida, que la muerte y que un Dios. O las noches en las que el tiempo trascurría fugazmente dejando entrever la pasión de un amor que a ningún ser humano se le antojaría perecedero.
Y así fueron pasando los meses, regocijándose de ser la persona más feliz del mundo a su lado. Mas nadie le dio importancia a su historia.
Una mañana recibió una llamada de teléfono que disgregó su vida. El padre de ella había conseguido el destino que había perseguido durante tantos años en una pujante ciudad en la que tendrían el futuro asegurado. Para ella, asegurarse el futuro significaba quedarse allí junto a su pareja, pero sus padres nunca lo llegaron a entender y le obligaron a hacer las maletas.
No le podía ocurrir nada peor que perder a su mayor apoyo. Ella era su pareja y su mejor amiga...no podía creer lo que estaba sucediendo. Corrió apresuradamente hasta la casa de ella, pero todo fue en vano, pues nadie contestó a la puerta a pesar de su evidente insistencia. Se le ocurrió entonces que quizás se encontrase su padre aún recogiendo el mobiliario de su oficina. Se dirigió hacia ella, creyendo por momentos que nunca llegaría a tiempo o que se desvanecería por el camino a causa del agotamiento. Cuando al fin llegó, pudo observar para su desdicha que ya estaba todo abandonado y allí solo se hallaba la limpiadora acomodando la angosta estancia para su nuevo uso, probablemente como almacén de alguna tienda alimentaria. Sin aliento apenas le inquirió a la mujer sobre el destino al que se dirigían, respondiéndole la misma que desconocia esa información. Visiblemente abatido y desconsolado estuvo deambulando por las calles hasta gran entrada la madrugada. Caminaba solo, sin rumbo de nuevo, pero con una gran, inmensa diferencia: Esta vez no habría nada ni nadie que pudiese evadirle de la realidad, una realidad que se le mostraba desoladora. Sabía que no la volvería a ver, o que cuando lo hiciera ella ya tendría la vida hecha en otro lugar, pero lo que más le atormentaba era saber que nunca pudo despedirse de ella. Durante meses o incluso años estuvo esperándola todas las noches en el jardín donde compartieron tantos momentos juntos, soñando que algún día regresaba para retomar su vida donde la habían dejado. Ella y solo ella era el motivo de su existencia y su fundamento, pero ya nada le ilusionaba y tan solo esperaba el momento en que la muerte mostrase sus cartas y lo llevase a algún lugar que, en su opinión, lo liberaría de aquel contínuo sufrimiento.
Nadie le dio importancia a su historia, nadie excepto él y ahora, veinte años después se hayaba solo tendido en el jardín rodeado de aquel boscaje.