Delfín tiene 76 años. Cuando llegó tenía 75. Hace 1 año exactamente que su vida le cambió por completo.
El primer día que lo vi yo estaba demasiado nervioso como para poder establecer una conversación coherente así que me dediqué a hacer un monólogo sobre el tiempo, los coches, la comida y un sinfín de estupideces. Él me habló de su mujer, sus hijos, su tierra y su carnet de coche con el que lleva 35 años sin tener ningún percance.
Delfín llegaba siempre a las 11.30 de la mañana acompañado por su mujer. Yo aparcaba mis obligaciones para dedicarle unos instantes, devolviéndome siempre una de sus mejores sonrisas. Después paseábamos y nos comentábamos cómo había ido el día desde que no nos veíamos.
Delfín habla 6 lenguas (castellano, gallego, inglés, francés, alemán y...otra más que nunca consigo recordar), es ex-profesor de Taichí jubilado, tiene 3 hijos y una mujer que me saca de mis casillas. Es natural de Lugo, pero es imposible arrastrarlo de su Ourense donde reside.
Sin duda alguna, tiene el Don de saber transmitir energía y felicidad. Delfín “corre” por el pasillo a sus 76 años y al doblar cada esquina su sonrisa se cruza con caras desoladas que él mágicamente convierte en efusivos saludos. Tiene una complexión robusta y no titubea en afirmar que no pasa hambre.
El día que se reunió con los trabajadores de la 5ª planta las únicas palabras que regaló fue de agradecimiento a todas y cada una de las almas que se habían volcado en él. “¿Ninguna pregunta?” - Agradecer el trato de todas esas personas es lo más importante ahora.
Delfín ya se marchó a su casa. Hace un año que la extraña y él se va feliz.
- Delfín, me vengo a despedir...Espero que todo vaya bien en su vuelta a casa. Estoy encantado de haber podido compartir esto con usted.
- Muchas gracias. Quiero deciros que nunca perdáis esa sonrisa con la que nos recibís, sois muy buenas personas y os agradezco mucho todo lo que hicisteis por mí.
Hace un año exactamente Delfín sufrió una caída en un autobús que desafortunadamente le dejó una tetraplejia nivel C5. No mueve las piernas y apenas tiene flexores de codo. Dependerá lo que le queda de vida de una tercera persona y solo será independiente para mover su silla eléctrica con un joystick. Pero Delfín es un luchador nato y tiene algo que muy pocos tienen: una visión de la vida mucho más trascendental de la que hoy en día tenemos.
Se ha ganado a pulso toda la gente que le rodea.
Regrese en paz, amigo.