lunes, 6 de diciembre de 2010

Y en mis tonterías para hacer tu risa estallar.


Te despiertas, no sabes cuando has conseguido quedarte dormida. Quisieras volver a dormir y me odias por haberte llamado. Das vueltas en cama hasta que decides levantarte. Las sábanas huelen ya a desaliento.

Te saludo, intento hacerte reír. Me evitas, nunca antes lo habías hecho. Habrías dado cualquier cosa por poder reírnos juntos, es eso lo que nos une, es eso lo que me permitió conocerte y me permite hoy afirmar que sé lo que piensas cuando te miro a los ojos. Pero no me canso, vuelvo a ti o al cuerpo en el cual estás encerrada. Te hablo, da igual de qué y tú lo sabes. Lo sabes y me sonríes sin ganas. Como si no supieses que no te creo, que me conformaré y me iré aún sabiendo que te sentirás peor así. Pero no puedes evitarlo, solo quieres sentirte desdichada y llorar. Torturarte, maldecirte, insultarte, malherirte…pero sobre todo llorar. Llorar por todo aquello que pudo y no será.

No sé dar consejos o, más bien, no puedo dar consejos porque ni yo mismo los cumplo. Y tú me los pides igual. Una y otra vez, ahora sé que lo haces para revivirlo. Pero me escuchas y no sólo me oyes como hacía yo un año atrás en el papel contrario. Me escuchas demasiado. Tanto, que malinterpretas mis silencios más que mis palabras para poder avalarte a ti misma en un círculo vicioso del que nunca sales.

Yo siento como poco a poco te evades, te pierdes en tu mirada perdida, en tus ojos enrojecidos, en tu iris dilatado. Y te intento retener mientras pueda. Pero cada vez estás más lejos y te voy perdiendo al mismo tiempo en que tú olvidas tu sonrisa, tu esencia. Esa esencia que nos ha unido y me ha permitido hasta hoy poder saber en qué piensas a través de tu mirada.

Hasta hoy. Ahora solo veo en tus ojos angustia y dolor.

Esa vulnerabilidad que hoy me hace frágil a mí.